20 de enero de 2012

Capítulo 4: Mimos, caricias y gajes del oficio.

Ella estaba muy linda. Un vestidito bien colorido que dejaba su espalda y sus hombros al aire. 9.45 de la mañana y el sol pegaba de lleno sobre el pavimento. Nos saludamos y emprendimos viaje a comprar nuestro desayuno. Debajo de un árbol muy acogedor en la plaza, nos sentamos. Tres bananas, dos duraznos, dos mandarinas y una botella de agua fue nuestro desayuno ese día.

Nos dedicamos a compartir. Más tarde entenderíamos que eso era justamente lo que cada uno necesitaba para su vida: compartir. Eso hicimos mientras nos contábamos nuestros últimos meses. Nuestras alegrías y depresiones. Lo bueno y lo malo que convergía siempre en una conclusión en común: todo es lo mismo.

Nada nos sorprendía, nada nos maravillaba o enamoraba. Ese había sido el puntapié inicial de toda esta cuestión en primera instancia, después de todo.

Ella hablaba más que yo, como si de alguna manera u otra, quisiese llenar el espacio verde y el aire fresco debajo del árbol. El sol me pegaba de costado pero lo suficiente para hacer mis párpados pesados.
Me recosté sobre su regazo escuchando sus anécdotas. Cuando ella callaba, yo mantenía mi silencio. A veces ella comenzaba una anécdota nueva. Yo callaba y me dedicaba a escuchar. Yo quería estar en silencio con ella y así fue.

Dos jóvenes tirados bajo un árbol una mañana de miércoles mientras la ciudad ardía. Eso es lo que yo quería; y ella también: compartir nuestra nada misma.

Le llevé un chocolatín como regalo, no podía ser menos. Lo comimos en silencio en forma de postre.

19 de enero de 2012

18 de enero de 2012

Capítulo 2: De la falta de sexo con amor y amor por el sexo.

Un día como cualquier otro, conversando por algún medio virtual, comenzamos a contarnos un poco la situación amorosa actual de cada uno. Ambos habíamos pasado por muchos cuerpos en ese tiempo. Sábanas ajenas y sudores compartidos fueron el capítulo principal y moneda corriente. Pero hacía un tiempo que ninguno compartía una cama con alguien. Alegamos casi de manera conjunta el mismo hecho: falta de buenas propuestas.

Profundizando en el tema, arrinconamos el motivo hasta desenmascararlo: nadie nos enamoraba. El anhelo de esa sensación tan adictiva de sentir que alguien te está abriendo en dos era carente. Muy carente.

Siempre me fue difícil encontrar una persona, una mujer para ser más específico, por quien sentir admiración y a la vez, una elevación de la líbido. Sin duda, dos de los principales requisitos para palpar y presentir que algo realmente grande está por venir. La primera estaba muy presente. Mi admiración por ella es vasta y profunda. Es una persona que admiro con gran aprecio y amor. Su actitud y su brillo me iluminan. Su hambre de independencia y su cuerpo frente al hambre explícito de los demás, siempre fueron motivos para sentirse alumno de tanto amor.

Pero fui sincero y transparente. Le comenté que siempre me había gustado, pero ciertas cosas conscientemente muy superficiales, me distanciaban de ese enamoramiento. Su elección por la desprolijidad tal vez ó cierta virtud de mantenerse natural.  Cosas puntuales realmente absurdas las que no me gustaban de ella. Y lejos estoy de hablar de una belleza física, porque realmente es una mujer muy linda. Pero más bien me refiero,  a su pelo, su desprolijo y desarreglado andar, su ropa.

Algo absurdo todo, lo sé, pero bueno, así estaban las cosas.

16 de enero de 2012

Capítulo 1: Antecedentes prologares.

La adolescencia nos encontró besándonos inesperadamente en un recital al aire libre. Pomposas y algo grises estaban las nubes ese sábado. Nos conocíamos desde hace ya unos años pero no fuimos más que meros conocidos en un mundo de amigos en común y alguna que otra fiesta compartida. Ahí estábamos los dos. Creo que yo aún era virgen, no estoy seguro de eso, podría haber sido tranquilamente. Después de todo, tuve una primera aparición algo tardía en el asunto.

Años después, ambos con alguna que otra relación encima,  ella apareció en mi casa. Fue un encuentro más bien casual, pero pactado. Sí, un poco raro. Habíamos hablado un poco previamente y la cosa se había puesto algo picante. Yo venía de cortar una relación hacía un tiempo, pero como quien no quiere la cosa, terminamos encendidos, cogiéndonos como dos desesperados en mi cama.

Era de tarde, me acuerdo. Más tarde aún ella diría que había quedado algo entusiasmada en la manera que yo le daba sexo oral.

A partir de ahí, fuimos en términos propios de esta era y sociedad, lo que vulgarmente se llama “amigos con derecho a roce”. Cada tantos meses, nos veíamos, la pasábamos bien juntos, había confianza, si había ganas, cogíamos y sino, no. En el medio ella se puso de novia con un flaco, me propusieron un trío que jamás se concretó.

Luego cortaron.

Que ella viajaba, que yo… también viajaba. Un tiempo sin vernos. Dos tiempos. Tres tiempos sin vernos. Mails y fotos de por medio de su viaje. Ella estaba bien allá viajando. Yo estaba bien acá, ¿Viajando? Eso sí, de verse ni noticias.

Cada uno en la suya.

Ella un día volvió y decidió que se iba a vivir sola en las afueras de la ciudad. Muchas veces era media ermitaña. Me invitó unas cuantas veces a su nueva casa. Aludía que ahí podíamos tener la intimidad que quisiéramos para coger, para estar juntos. Que la verdad la tenía, de eso no cabe duda, pero sinceramente, jamás me dieron ganas de irme a hasta allá.

5 de enero de 2012

Facebook: soledad, inseguridad, y como siempre... algo de sexo.

Facebook de la noche a la mañana se volvió vital. ¿Vital porque sin él no hay vida? Exacto. De alguna manera u otra, Facebook logró dar vida de una manera más trascendental que sus antepasados más anticuados. Hoy tengo en Facebook a muchos amigos, sí. Tengo mucha gente que apenas veo en mi vida, tengo mucha gente que jamás vi, tengo otros cuantos que ví una vez y que nunca los volví a ver.

Se me vuelve un poco compulsivo borrar gente de Facebook. De una manera u otra, pienso que si lo hago, esa persona creerá que estoy enojado por algo, o no.

Facebook para mí y en mi vida, se aparece como un ícono del concepto de aferrarse. Obviamente aferrarse a las personas en este caso. Si te tengo en Facebook y puedo ver qué canciones te gustan, qué hiciste el fin de semana pasado, si estás de novio o si no, sería la fórmula perfecta para no perder el contacto con vos. Para saber que aún estás ahí, que no te moriste. Facebook genera esa ilusión de que esa gente me importa.

Me siento solo, entonces Facebook se encarga de darme buenos motivos para seguir teniéndolo. Sin lugar a dudas, tener una cuenta en Facebook me asegura el cielo de la pertenencia. Un evento maravilloso al que todos asistirán se publica. ¿Y saben qué? Nadie se acordó de hacérmelo saber. Y me lo perdí. Nadie quiere eso realmente ¿No?

Tal vez si le doy algunos likes a las fotos de esta mina, sea suficiente para encamarmela. ¿No? Bueno, no. Pero la publicidad de Claro, tiene a una simpática norteamericana de prudente cabellera amarilla, con una sonrisa de pastillas junto a un hermoso cartel: “histeriqueas mandando un toque”

¿Soledad?

soledad.
 (Del lat. solĭtas, -ātis).
1. f. Carencia voluntaria o involuntaria de compañía.
2. f. Lugar desierto, o tierra no habitada.
3. f. Pesar y melancolía que se sienten por la ausencia, muerte o pérdida de alguien o de algo.

¿Tratamiento?
Más Facebook. No veo por qué no.

Una vez que me puse de novio, ya soluciono eso creo yo. No podes decir que no. Ponerse de novio siempre soluciona absolutamente todo. Bueno, tal vez no tiene que ser mi novia pero... titulos nomás.

Digo, puedo tener alguien a quien le importe tanto que dejaría de necesitar andar revoloteando estupideces ajenas por ahí. Podría tener sexo. Podría ser genial.

Ah, sí ¿Cómo olvidarlo? También está eso de compartir información, cosas que a mis amigos le parecen trascendentes tal vez para mí también lo sean, algo me puedo estar perdiendo realmente.

No, no, ese tema si que no tocaremos. No vale la pena siquiera entrar en el tema de la popularidad, la búsqueda natural del poder, del control a través de la influencia, llamar la atención, que alguien sepa que existo, importarle a alguien. En resumen, decir una sarta de idioteces los suficientemente grande como para que la gente más imbecil que yo, me note. Y naturalmente, unas cuantas más, mejor dicho, una enorme sarta de idioteces profundamente relevantes.

Después de todo, ¿Qué tanto puede afectar y modificar mi vida una estúpida página de internet?